miércoles, 20 de abril de 2016

UN DÍA DE ENTRENAMIENTO. Deportista con discapacidad.

Suena el despertador, se hace de día, la luz entra por las ventanas a través de las cuales se ve un bosque de antenas de televisión que reciben las noticias del día. Es hora de levantarse, vuelvo a tener cargado el cuello, antes disponía de un fisioterapeuta que me hacía masajes y lo relajaba, pero con los recortes me quedé sin el compañero…En fin, supongo que es normal que me duela el cuello cuando, hace cinco años, unas cuantas vértebras de la mitad de la espalda decidieron que no querían seguir ocupando el lugar que les correspondía en la columna.
Allá voy, más quisieran los trapecistas hacer lo que hago yo para subir a la silla de ruedas por las mañanas. Si lo vieran, seguro que me fichan para el Circo del Sol. A ver, me incorporo, arrastro un poco el culo por la cama, compruebo que la silla de ruedas tiene los frenos puestos, me agarro a ella, hago un poco de equilibrio volante y…perfecto, ya estoy sentado.
Ahora toca desayunar, abrir la nevera, coger los vasos, madalenas, cereales y leche…para chuparse los dedos. Y después a la ducha. Aquí toca hacer más equilibrios del Circo del Sol para sentarse en la silla especial que hay bajo la ducha. Y de la ducha de nuevo a la silla para volver a la habitación. Me dejo caer al suelo para poder ponerme los pantalones, se hace mejor que en la silla. Unas cuantas acrobacias más y ya estoy vestido, y a punto de salir por la puerta.
Entro en el ascensor donde me encuentro a la vecina de arriba. Su perro empieza a ladrarme…algún día lo he de atropellar con la silla. La vecina lo hace callar y hablamos un poco de las Paralimpíadas de Pekín. Me pregunta por mi medalla y por China, le cuento la anécdota de siempre: cuando nos llevaron a ver la Gran Muralla, no pudimos subir porque no había ni ascensor ni rampas.
El ascensor llega a la planta baja, la vecina va a buscar a su marido para ayudarme a bajar el escalón del portal, ya que, como los chinos, se olvidaron de hacerme una rampa. Entre ambos, me levantan a mí y a la silla y ya estoy en la calle.
A los dos minutos llega la furgoneta adaptada donde subo por una rampa y me lleva, a mí y a más gente que lo necesita, a entrenar a Divergensport. Un gimnasio adaptado, para gente con silla de ruedas y grandes problemas de movilidad, pero eso no quiere decir que no pueda también venir una persona que se mueva a dos patas.
Al llegar, como siempre, sonrisas, los compañeros y compañeras hacen bromas: nos preguntamos a cuantos hemos atropellado hoy con las sillas a lo largo del día. Yo comento que tengo pendiente el perro de la vecina.
Nos ponemos a hacer ejercicios con elásticos. Hoy ha venido una fisioterapeuta nueva. Es guapa, creo que probaré suerte. Espero que no se me adelante ninguno de mis compañeros…o compañeras…quién sabe.
Así da gusto venir a entrenar, siempre puedes conocer gente nueva, con silla o sin ella, pero personas al fin y al cabo que me hacen sentir a gusto y entienden que no soy un enfermo.