viernes, 22 de abril de 2016

UN DÍA DE ENTRENAMIENTO. Deportista masculino.

El despertador suena cuando la luz del Sol comienza a dibujarse en el horizonte y entra a través de las ventanas de esta casa nueva, en una urbanización de lujo de las afueras de una gran ciudad española.
No hay tiempo que perder, a media mañana tengo que estar a la Ciudad Deportiva para la primera sesión de entrenamiento de hoy.
Encuentro en el armario la camisa de Artani, marca para la que hice la última campaña publicitaria. Seguro que si me la pongo hoy, con los periodistas y las cámaras esperándome en el campo, la marca de ropa queda contenta y mi representante tendrá más posibilidades de renovar mi contrato para una nueva tirada de anuncios publicitarios. Mejor dejarla sobre la cama hasta que desayune, no sea que se manche.
El desayuno...como extraño una buena bandeja de pasteles, pero no puedo. En la puerta de la nevera tengo la dieta de cada día. Estamos a mitad de temporada y la dieta que tengo que seguir ha de ser estricta para mantener un rendimiento óptimo. Además, la prensa saca de donde sea, a Guárez le empezaron a enfocar planos de cámara de su vientre y espectadores aún más gordos que él comenzaron a llamarle gordo...En fin, es el precio que pago por estar donde estoy y ser el mejor.
Sigue una ducha y un buen rato arreglándome para salir impoluto a la calle...sí, el espejo me devuelve una imagen casi igual o mejor que la que consiguen los publicistas de Artani. Seguro que quedan bien contentos.
Es hora de irse, el viaje en coche sirve para relajarme, y para sonreír a los conductores de los coches de los lados cuando me reconocen, aunque seguro que nunca paso desapercibido con este Ausdi.
Llego a la Ciudad Deportiva, ya hay gente esperando para vernos pasar, es increíble que con el frío que hace ya estén aquí. Después creo que pararé a hacerles un poco de caso.
En el vestuario, hay algunos compañeros comentando las últimas noticias de la prensa referidas a la barriga de Guárez. Se ríen de los periodistas gordos que redactan las noticias,...ya les gustaría a los periodistas ser como Guárez. En cualquier caso, tanto para unos como para otros, mejor que se pongan a entrenar y dejen de hacer el ridículo con esas pintas.
Toca salir al campo,, ya va siendo hora de moverse...ya estamos...ya estamos otra vez... otra vez el entrenador ha traído chavales del equipo filial. Espero que no me toque hacer los ejercicios cerca de ellos: balón que les pasas, balón que pierden. En el deporte, el rendimiento es lo más importante: no hay lugar para los que no valen. Un grupo de compañeros ríe, en el campo contiguo entrena el equipo femenino y parece que no saben darle a la pelota. Lo que decía...ellas tampoco valen.

jueves, 21 de abril de 2016

UN DÍA DE ENTRENAMIENTO. Deportista femenina.

Me levanto a las seis y media, porque si no desayuno pronto no llevo las comidas como toca, y si no he acabado de merendar antes de las cinco y media, no entreno bien. A veces, extraño comer como las personas normales, y no planificar la semana en torno a  la carrera del domingo.
Me palpo un poco el muslo porque esta noche he tenido una pequeña rampa que me ha despertado. Intento estirar un poco, lentamente, con cuidado, lesionarse así sería ridículo. Después voy trotando hacia el baño, como cada mañana. Si no fueran las seis y media de la mañana y alguien me viera se reiría de mí, porque siempre voy corriendo a todos los sitios. A mi me gusta. De algo tendría que servir ser atleta, ¿no?.
Para coger el autobús de la Universidad, en cambio, intento no correr porque por las calles siempre puedes tener un accidente, y para mí no hay nada más importante que mis piernas. Me lo tomo con calma, voy bien abrigada: ajusto gorro y bufanda. Tampoco puedo permitirme caer enferma.
Por la tarde voy a entrenar a los niños, como son pequeños hacemos sobre todo juegos de correr. A mi me gusta mucho, pero estar tanto rato de pie no es bueno para mis piernas, y siempre que puedo las suelto y estiro un poco. En cualquier caso, no me puedo quejar, aunque algún padre viene, de vez en cuando, a explicarme qué es el atletismo: "tendrías que hacer que entrenaran más la resistencia", me dicen, por ejemplo, como si entendieran más de eso que yo. También, algún niño opina que es demasiado bueno como para tener a una chica de entrenadora. El grupo es numeroso y se porta bien. Es muy bonito, hoy ha venido una niña y me ha explicado que como su madre le ha dicho que su abuelo se ha ido al cielo, ella será astronauta cuando sea mayor e irá a visitarlo. Después de entrenar a los niños me toca entrenar a mí.
La pista de atletismo donde entreno está un poco apartada del pueblo, es nueva y tiene un campo de fútbol dentro, donde entrena un equipo de segunda regional. Nosotros hemos decidido correr en vez de jugar a fútbol como todo el mundo. No hay mucha gente en nuestro club: en el grupo que yo entreno somos cinco chicos y yo. Son las ocho y cuarto, llego corriendo, como siempre, y los compañeros ya están esperándome.
Los del fútbol se quedan mirándome, también como siempre, y no es tan halagador como suena, pero he de ignorarlos, porque si hubiese de saltar a la mínima siempre estaría en pie de guerra.
Llega nuestro entrenador y nos recibe con un "Buenas noches, señoritas". De "señoritas", que yo vea, solamente estoy yo, así que supongo que se intenta reír de mis compañeros llamándolos "señoritas". Le hago mala cara pero no digo nada, la verdad, ya estoy muy acostumbrada.
El entrenamiento es fuerte, el entrenador me mira cuando explica porque soy la que más atiende, y la más responsable, pero normalmente no voy delante cuando corremos. En realidad, soy la segunda que más corre de todos, pero me pongo a la cola y voy detrás, sólo los adelanto si se quedan rezagados, porque sé que les molesta cuando voy por delante de ellos. Son hombres y tienen claro que ninguna mujer puede ser mejor que ellos en el deporte. Pobrecitos, a veces me dan lástima, suerte que las mujeres no hemos de defender nuestro orgullo así, porque esto es muy pesado.
Después de entrenar aún tengo muchas cosas por hacer, miro el reloj mientras nos despedimos y me vuelvo a ir corriendo, como siempre.

miércoles, 20 de abril de 2016

UN DÍA DE ENTRENAMIENTO. Deportista con discapacidad.

Suena el despertador, se hace de día, la luz entra por las ventanas a través de las cuales se ve un bosque de antenas de televisión que reciben las noticias del día. Es hora de levantarse, vuelvo a tener cargado el cuello, antes disponía de un fisioterapeuta que me hacía masajes y lo relajaba, pero con los recortes me quedé sin el compañero…En fin, supongo que es normal que me duela el cuello cuando, hace cinco años, unas cuantas vértebras de la mitad de la espalda decidieron que no querían seguir ocupando el lugar que les correspondía en la columna.
Allá voy, más quisieran los trapecistas hacer lo que hago yo para subir a la silla de ruedas por las mañanas. Si lo vieran, seguro que me fichan para el Circo del Sol. A ver, me incorporo, arrastro un poco el culo por la cama, compruebo que la silla de ruedas tiene los frenos puestos, me agarro a ella, hago un poco de equilibrio volante y…perfecto, ya estoy sentado.
Ahora toca desayunar, abrir la nevera, coger los vasos, madalenas, cereales y leche…para chuparse los dedos. Y después a la ducha. Aquí toca hacer más equilibrios del Circo del Sol para sentarse en la silla especial que hay bajo la ducha. Y de la ducha de nuevo a la silla para volver a la habitación. Me dejo caer al suelo para poder ponerme los pantalones, se hace mejor que en la silla. Unas cuantas acrobacias más y ya estoy vestido, y a punto de salir por la puerta.
Entro en el ascensor donde me encuentro a la vecina de arriba. Su perro empieza a ladrarme…algún día lo he de atropellar con la silla. La vecina lo hace callar y hablamos un poco de las Paralimpíadas de Pekín. Me pregunta por mi medalla y por China, le cuento la anécdota de siempre: cuando nos llevaron a ver la Gran Muralla, no pudimos subir porque no había ni ascensor ni rampas.
El ascensor llega a la planta baja, la vecina va a buscar a su marido para ayudarme a bajar el escalón del portal, ya que, como los chinos, se olvidaron de hacerme una rampa. Entre ambos, me levantan a mí y a la silla y ya estoy en la calle.
A los dos minutos llega la furgoneta adaptada donde subo por una rampa y me lleva, a mí y a más gente que lo necesita, a entrenar a Divergensport. Un gimnasio adaptado, para gente con silla de ruedas y grandes problemas de movilidad, pero eso no quiere decir que no pueda también venir una persona que se mueva a dos patas.
Al llegar, como siempre, sonrisas, los compañeros y compañeras hacen bromas: nos preguntamos a cuantos hemos atropellado hoy con las sillas a lo largo del día. Yo comento que tengo pendiente el perro de la vecina.
Nos ponemos a hacer ejercicios con elásticos. Hoy ha venido una fisioterapeuta nueva. Es guapa, creo que probaré suerte. Espero que no se me adelante ninguno de mis compañeros…o compañeras…quién sabe.
Así da gusto venir a entrenar, siempre puedes conocer gente nueva, con silla o sin ella, pero personas al fin y al cabo que me hacen sentir a gusto y entienden que no soy un enfermo.

martes, 19 de abril de 2016

UN PASEO POR LA CALLE. Deportista masculino.

Hoy voy a dar una vuelta por el centro de la ciudad. He llamado a un taxi para que me lleve. Ultimo los retoques a la imagen que me devuelve el espejo de la entrada. Veo el taxi aparecer. Salgo a la calle. El taxista debe pensar que espera a otra persona porque me ve, se queda un poco boquiabierto y mira en derredor por si se acerca otra persona a su vehículo. Me acerco a su ventana del coche, y le digo que estaba esperando un taxi y que creo que era él el que debía recogerme.
Continúa boquiabierto, pero por fin reacciona y me invita a sentarme detrás. No me saca ojo por el espejo retrovisor. Le digo que me lleve a una calle del centro. El coche se mueve, su cara alterna sonrisas curiosas y tímidas ganas de dirigirme la palabra. Me resulta divertido, pero espero que cuando se decida a hablar no sea un torrente descontrolable. Por fin, tímido, comenta el partido del sábado pasado y cuanto le habían impresionado mis jugadas. Me muestro agradecido, este hombre entiende más de deporte que muchos periodistas.
Llegamos al destino, el hombre me pide un autógrafo y dedicatoria para sus hijos. Saca una libreta y un bolígrafo para que pueda escribir, lo hago y le pago la carrera con una buena propina. El hombre me saca una foto con el móvil y se va encantado.
Cuando salgo del taxi, me subo la cremallera de la chaqueta, me pongo unas gafas de sol y un sombrero muy cool. Espero que no se me reconozca demasiado si escondo un poco la cara. Paseo por unas cuantas calles, noto como la gente se me queda mirando: unos dudan, otros se paran y otros empiezan a seguirme. Entro a la tienda que buscaba. La gente que me seguía, o entra, o mira a través del cristal del escaparate.
Dentro de la tienda, me quito las gafas y el sombrero. La gente me reconoce, me aplauden, las chicas comentan entre ellas, y todo el mundo saca el móvil para hacerme fotos. Me dirijo hacia la caja, donde las cajeras me esperan con una sonrisa y miradas brillantes. Al salir, la gente me pide poder hacerse un selfie conmigo. Estoy un rato, pero cada vez aparece más gente. Al final, casi una hora después, subo a un taxi estacionado para volver a casa.
El taxista, también boquiabierto, se comporta igual que el anterior. Al volver a casa lo mismo: una dedicatoria para sus hijas, que tienen una camiseta con mi nombre.
Entro a cas y me relajo, preparo la cena y me siento en el sofá. Las noticias en la televisión: la entrega de los Nóbel, la guerra en Irak, la guerra en Ucrania, el ébola en África y...yo. Se suceden las imágenes de la tienda donde he ido: fotografías que ha hecho la gente que tenia alrededor y los vídeos de las cámaras de seguridad del interior y exterior de la tienda, y algún que otro vídeo hecho con los móviles que me filmaban. Tela...han dedicado 15 minutos del telediario a la anécdota de la tienda, y sólo unos pocos a cada uno de los otros temas.

lunes, 18 de abril de 2016

UN PASEO POR LA CALLE. Deportista femenina.

Antes de salir de casa remuevo el armario intentando encontrar unas zapatillas no demasiado llamativas para que mis amigas no me critiquen, porque últimamente las deportivas las hacen de unos colores que son imposibles de combinar con ropa normal de ir por la calle, y no pienso hacerme daño en los pies con unas zapatillas de esas que sólo sirven para hacer bonito y no pasar frío. Al final desisto y me pongo las botas de montaña con vaqueros, me miro los pies, y me río por lo bajo. No es como ir elegante, pero tiene un pase.
Cojo el metro hasta el centro, hay muchísima gente caminado lentamente y empujando, pero estoy contenta, hoy me he levantado a las cinco y media para entrenar y ha merecido la pena, tengo la tarde libre para ir de compras con las amigas. Por supuesto, no he de cansarme mucho que mañana tengo competición.
Me esperan en la boca del metro, llego otra vez la última, claro que ellas no me lo dicen. De hecho, me preguntan que cómo me la he ingeniado para saltarme el entrenamiento y cuando les digo lo de las cinco y media de la mañana bromean llamándome corredora nocturna o corre-sonámbula. Sara, mi mejor amiga, vuelve a decirme el tan conocido no sé cómo lo haces. Encojo los hombros y contesto lo de siempre a mi me gusta, y además, se me da bien. Bromean sobre cuando me haga famosa, me río porque creen que me puedo hacer rica, o una cosa de esas, y que saldré a todas hora por la tele. Soy buena deportista, pero nada de lo que imaginan ha ocurrido ya.
Me lo paso muy bien con ellas, nos probamos vestidos que nunca vamos a comprarnos y las cosas más ridículas que encontramos, y ponemos caras divertidas frente a los espejos. Les digo que cuando vaya al Campeonato Europeo, hasta las italianas se morirán de envidia con los modelitos que me escogen. Todas reímos. Cuando deciden quedarse a a cenar no puedo apuntarme al plan, tengo mi cena en casa, exactamente, lo que he de comer a la hora que corresponde, y tengo que descansar. Nos despedimos y me desean suerte para la carrera de mañana; aunque no la necesitas, añade Sara, seguro que haces la mínima (la mínima es el tiempo que he de hacer para entrar en el Campeonato Europeo, y, la verdad, creo que lo puedo hacer muy bien). Sonrío y me voy.
Cuando vuelvo sola hacia el metro, se me quedan mirando un par de veces, y casi espero que se deba a que me han reconocido y vayan a decir: ¡Mira!  Esa es María, la atleta de nuestra ciudad capaz de correr los cinco kilómetros en menos de dieciséis minutos. Pero no, me miran de arriba a abajo y como mucho sueltan un ¡guapa! o alguna otra cosa más grosera. En fin, cierro bien la chaqueta y aprieto el paso hacia el interior del metro.

domingo, 17 de abril de 2016

UN PASEO POR LA CALLE. Deportista con discapacidad.


Listo para salir, el ascensor sube y yo espero. Llega, entro, y hacia abajo. Al salir, llamo a la vecina que sale con su marido para ayudarme a salvar el escalón del portal. Ya estoy fuera, hace frío. El viento me enfría la cara y hace llorar mis ojos, pero no importa, me gusta que me dé el aire. Comienza la aventura.
Impulso las ruedas de la silla y toda ella tiembla por los adoquines que forman el suelo de la acera. A este paso me caerán los dientes.
Barrigas, barrigas todo el rato, mi cabeza está a la altura del ombligo de la gente que camina por la calle, así que es difícil ver de que color tienen los ojos. Difícil, a pesar de que no paran de mirarme con expresión lastimosa. ¿Tanta pena les doy?
Silencio, cuando paso frente a un grupo de adolescentes que hablan en los bancos: y eso que era una conversación interesante sobre una noche de fiesta. Callan. Deben pensar que no es conveniente que escuche estas cosas, que soy un enfermo que ha de cuidarse.
Un niño pequeño cogido a la mano de su madre se cruza conmigo, se queda mirándome intentando averiguar por qué voy en una especie de carrito. Le pregunta a su madre, que contesta: es un minusválido que no puede caminar, y necesita de la silla para desplazarse. Minusválido. Menos-válido. Debo ser una cosa infrahumana, menos válido que un humano. Preferiría que dijesen persona con discapacidad, y no menos-válido. Pero, en fin...
Llego al supermercado, al menos tiene rampa para que pueda acceder sin problemas. Cojo una de esas cestas con ruedas para llevar lo que quiero comprar y la empujo por delante de mí. Comienzo a buscar por las estanterías lo que necesito: leche, cereales, magdalenas, un poco de carne, pescado, espuma de afeitar, detergente, preservativos, gel de baño y cerveza...La lista está clara, ahora toca encontrarlo todo. Los cereales no los alcanzo: están en una estantería demasiado alta. Así que pido a un chaval que pasa por mi lado si me los puede dar. Sonríe, los coge, y los pone en la cesta. Ahora toca dirigirse hacia el pasillo de perfumería, a buscar lo de afeitar, el gel y los preservativos. Las dos primeras cosas sin problema pero los preservativos vuelven a estar demasiado altos. 
Así que espero que alguien pase por el pasillo para pedírselos. Aparece la misma mujer con el niño de antes. Cuando se acercan, les pido si puede darme los preservativos, me mira con cara de asco, acelera el paso i se aleja tirando del brazo del niño y acusándome de desvergonzado. Deben pensar que por ir en una silla de ruedas no puedo tener una vida sexual normal y sana, o quizás ni siquiera tenerla…
Me quedo parado pensando en eso, no sé si abandonar y buscar una farmacia donde la dependienta seguro que me los da. Pero, en ese momento, una pareja joven llega y coge su cajita de preservativos. Les pido si pueden acercarme una de las cajitas, sonríen y me preguntan de qué tipo necesito: XL, les doy las gracias. Ya tengo los preservativos a la cesta y me dirijo hacia la caja.
De camino a la caja del supermercado, paso por el pasillo de los televisores, donde el canal Megadeporte muestra imágenes de deportistas paralímpicos de las anteriores Olimpíadas. Coincide que están mostrando la entrega de medallas de mi especialidad, estoy saliendo en la televisión, sentado en la silla de ruedas sobre el pódium y recibiendo la medalla. El resto de personas del pasillo de los televisores, a pesar de estar viendo esas imágenes, no ven que yo sea la misma persona de las imágenes. Ni tan solo me miran, ni relacionan las imágenes conmigo. Me pregunto cómo hubiesen actuado si fuera un deportista sin discapacidad y hubiese ganado medallas olímpicas. Sonrío irónicamente y continúo hacia la caja del supermercado. Coloco los productos en la cinta de la caja, pago, me pongo las bolsas de compra sobre las rodillas y vuelvo hacia casa.

sábado, 16 de abril de 2016

UNA NOCHE DE FIESTA. Deportista masculino.


Después de los buenos resultados de la jornada, unos cuantos compañeros y yo hemos decidido salir de fiesta. Hemos alquilado una limusina que nos espera en la puerta. Me detengo para hacer el último retoque frente al espejo y salgo hacia ella. Subo. Dentro ya están mis compañeros. Hay unas botellas de cava abiertas en los asientos. Brindamos por nosotros. La siguiente parada: un restaurante de lujo donde tenemos reservada una mesa.
La limusina nos deja en la puerta, la gente que pasa en ese momento por la calle se nos queda mirando y hace alguna foto con el móvil. Pero no nos paran en entramos rápido en el restaurante. Allí, los camareros nos quitan las chaquetas y las guardan en un armario. Después nos guían hacia una mesa apartada y exclusiva. Nos sirven unas copas y, en breve, salen unos cuantos platos de lo más selecto.
En la mesa de al lado hay unos cuantos miembros del gobierno que se acercan a felicitarnos por nuestro último partido. La cena se alarga hasta bien entrada la noche, no hemos bebido casi alcohol ya que puede hacerle mala prensa al Club, y a nosotros mismos.
Llamamos por teléfono al conductor de la limusina para que venga a recogernos. Hacemos un poco de tiempo hasta que llegue y salimos del restaurante. Está esperándonos en la puerta. Subimos y os dirigimos a la discoteca Fiven, un local de moda en las afueras de la ciudad. Tenemos reservada la zona VIP, y hemos invitado a venir a lo más selecto de la ciudad: empresarios, periodistas, representantes de conocidad marcas de moda…
Al llegar, hay cola para entrar. Afortunadamente, el personal de seguridad nos deja pasar. La gente de la cola se nos queda mirando. Y se escucha algún grito de desaprobación de un grupo de chicas…una turba de amargadas, seguro. Más quisieran tener un novio guapo y rico como yo.
Cuando entramos en la discoteca nos escoltan una pareja de gorilas de seguridad, van empujando a los chavales para que podamos pasar. Llegamos a unas escaleras que suben a la zona VIP, desde dónde se pueden ver todas las salas de baile. Ya han llegado algunos de nuestros invitados. Mientras saludamos, algunas de las camareras esperan para hacerse fotos con nosotros. Son chicas muy guapas y seguro que tienen ganas de marcha con alguno de nosotros.

viernes, 15 de abril de 2016

UNA NOCHE DE FIESTA. Deportista femenina

Aunque acaba de empezar, parece que será un gran fin de semana. Sábado por la mañana, y mira que es difícil correr bien por la mañana, he hecho la mínima para el Europeo que la semana pasada me quedó a segundos y tengo todo el fin de semana por delante para celebrarlo. Mi entrenador me ha dicho: ‘si hay un fin de semana que puedas salir es este porque el Lunes ya no habrá celebración que valga’, y lo sé, porque no soy nueva en esto, pero aunque suspire y le conteste que estoy cansada, mi sonrisa delata que sí, que claro que necesito celebrar esto, que tanto esfuerzo, sudor y lágrimas me ha costado.
Llamo a Sara y se lo cuento, porque por wasapp no es tan emocionante, y le pregunto qué van a hacer esta noche. Me dice que van a cenar en casa de Andrea y después tienen pensado ir a Fiven (una discoteca que, además, pilla un poco lejos). Cuando le digo que me apunto casi tiene un infarto y da un grito. Me río de su sorpresa, y le confirmo que hoy sí que toca, que lo peor que tiene el atletismo es que si cada victoria la celebras acabas por no tener victorias.
Descanso toda la tarde y me decido a ponerme unas zapatillas más de vestir, aunque no son tacones y tienen buena suela para amortiguar el impacto, tampoco son deportivas. Compruebo, dando unos saltitos, si me vienen bien y las podré aguantar toda la noche. Como veis, soy un poco obsesiva con esto.
Cenamos en casa de Andrea muy cómodamente. Discutimos porque algunas quieren ir ya hacia la discoteca para evitar las colas en la entrada, otras preferimos recoger todo lo de la cena antes de ir para que mañana no le toque recoger a la anfitriona. Al final, entre la discusión y la victoria del recoger antes de irnos, se nos hace bastante tarde.
Cuando llegamos a la discoteca, en efecto, hay mucha cola, como si fuera un concierto. Tras unos minutos de aguantar en pie a que la cola avance, el que está delante mío se pone a fumar y mirarme, así que me tira el humo a la cara. Lo miro de mala manera, una de las cosas que menos me gustan es que me hagan eso. Cada vez que alguien me fuma cerca pienso cuanto desearía tener unos pulmones más potentes cuando voy por la séptima vuelta en la pista, y me cabrea muchísimo que alguien pueda enviar a tomar por saco lo que hago por su capricho de fumar.
Llega una limusina con unos jugadores de futbol de primera división, a diferencia de lo que saben ellos de mí: nada, yo sé por castigo como se llama cada uno de ellos, y gracias al telediario hasta las horas a las que van al baño. Los dejan pasar entre fotos y aplausos por delante de todos nosotros, y, como estoy un poco cabreada por el fumador de la cola, me da por rezongar en voz alta. Uno de ellos me oye, creo, y me mira con suficiencia. Pero mirando hacia donde está reconozco a un deportista de verdad, a alguien que he visto sudar y esforzarse hasta la extenuación en los juegos Olímpicos y a quien admiro, así que me olvido de los idiotas esos y voy a saludarlo. Parece sorprenderse de que lo reconozca, me hace gracia y lo comprendo. Bajo a la altura de su silla de ruedas para hacernos una foto y me vuelvo con mis amigas. Ojalá los deportistas que conozco fueran como él.

jueves, 14 de abril de 2016

UNA NOCHE DE FIESTA. Deportista con discapacidad

Los amigos me esperan en el portal, me ayudan a salvar el escalón y salir a la calle. Vamos a buscar el coche. Primero, entran los del asiento de atrás. Yo coloco la silla de ruedas junto al asiento del copiloto, hago unos cuantos equilibrios y consigo sentarme de copiloto. Queda un amigo fuera del coche, el conductor, que coge la silla, la pliega y la pone en el maletero. Después sube al coche, enciende el motor y nos pone en movimiento. Destino: un lugar dónde cenar.
Llegamos a una zona llena de bares, aparcamos el coche y hacemos el procedimiento inverso para bajar: primero sale el conductor, después los amigos del asiento de atrás que cogen la silla del maletero i me la ponen al lado de mi puerta. Hago equilibrios de nuevo  y ya estoy, otra vez sobre la silla. Comienza la búsqueda de un lugar donde cenar. Las 100 tapitas, parece una buena elección. Espero fuera a que mis amigos averigüen si podemos cenar. Hay otro escalón para entrar así que mejor me quedo fuera. Dos de mis amigos vuelven, me cogen a mí y a la silla i subimos el escalón. Dentro está lleno de gente y sus mesas están apiñadas. Para pasar entre ellas con la silla he de hacer levantar a la gente, algunos me miran mal. Llegamos a nuestra mesa, las de alrededor están muy juntas, así que tienen que levantarse todos y moverlas para que pueda colocar la silla en nuestra mesa. La cena se alarga hasta bien entrada la noche. Para salir y coger el coche repetimos las operaciones de antes.
Decidimos ir directamente a la discoteca Fiven. Es una discoteca de las afueras, de polígono industrial. Los coches de la gente que asiste llenan las cercanías. Y desde el lugar donde estacionamos hasta la puerta, vemos el espectáculo de todas las noches: chicos y chicas bien arreglados, algunos y algunas meando entre los coches, otros haciendo botellón sacado de algún maletero lleno de botellas, la Máximus FM sonando por todas partes. Hacemos cola en la puerta para comprar las entradas. Mientras esperamos, vemos aparecer una limusina de la que salen unos cuantos jugadores profesionales de fútbol. La gente saca los móviles y hace muchas fotos. Los de seguridad los dejan pasar sin hacer cola y sin pagar entrada. Detrás de nosotros, un grupo de amigas protesta enérgicamente. Reconozco entre ellas a una gran atleta, mira hacia donde estoy yo y parece que reconoce en mí a un deportista paralímpico, ya que se acerca y me pide un selfie. Después, vuelve con sus amigas.
Conseguimos nuestra entrada, accedemos y nos quedamos cerca de una de las barras que hay para comprar bebidas. Dos de mis amigos y yo pedimos cubatas, el que conduce el coche hoy no pide nada. La camarera duda si ponerme el cubata, tenemos que insistirle. Hay gente a mi alrededor que me mira sorprendida, deben pensar que un tío en silla de ruedas no debe hacer estas cosas. Alguien me tapa los ojos desde detrás: ¡es la fisioterapeuta nueva del gimnasio!