jueves, 21 de abril de 2016

UN DÍA DE ENTRENAMIENTO. Deportista femenina.

Me levanto a las seis y media, porque si no desayuno pronto no llevo las comidas como toca, y si no he acabado de merendar antes de las cinco y media, no entreno bien. A veces, extraño comer como las personas normales, y no planificar la semana en torno a  la carrera del domingo.
Me palpo un poco el muslo porque esta noche he tenido una pequeña rampa que me ha despertado. Intento estirar un poco, lentamente, con cuidado, lesionarse así sería ridículo. Después voy trotando hacia el baño, como cada mañana. Si no fueran las seis y media de la mañana y alguien me viera se reiría de mí, porque siempre voy corriendo a todos los sitios. A mi me gusta. De algo tendría que servir ser atleta, ¿no?.
Para coger el autobús de la Universidad, en cambio, intento no correr porque por las calles siempre puedes tener un accidente, y para mí no hay nada más importante que mis piernas. Me lo tomo con calma, voy bien abrigada: ajusto gorro y bufanda. Tampoco puedo permitirme caer enferma.
Por la tarde voy a entrenar a los niños, como son pequeños hacemos sobre todo juegos de correr. A mi me gusta mucho, pero estar tanto rato de pie no es bueno para mis piernas, y siempre que puedo las suelto y estiro un poco. En cualquier caso, no me puedo quejar, aunque algún padre viene, de vez en cuando, a explicarme qué es el atletismo: "tendrías que hacer que entrenaran más la resistencia", me dicen, por ejemplo, como si entendieran más de eso que yo. También, algún niño opina que es demasiado bueno como para tener a una chica de entrenadora. El grupo es numeroso y se porta bien. Es muy bonito, hoy ha venido una niña y me ha explicado que como su madre le ha dicho que su abuelo se ha ido al cielo, ella será astronauta cuando sea mayor e irá a visitarlo. Después de entrenar a los niños me toca entrenar a mí.
La pista de atletismo donde entreno está un poco apartada del pueblo, es nueva y tiene un campo de fútbol dentro, donde entrena un equipo de segunda regional. Nosotros hemos decidido correr en vez de jugar a fútbol como todo el mundo. No hay mucha gente en nuestro club: en el grupo que yo entreno somos cinco chicos y yo. Son las ocho y cuarto, llego corriendo, como siempre, y los compañeros ya están esperándome.
Los del fútbol se quedan mirándome, también como siempre, y no es tan halagador como suena, pero he de ignorarlos, porque si hubiese de saltar a la mínima siempre estaría en pie de guerra.
Llega nuestro entrenador y nos recibe con un "Buenas noches, señoritas". De "señoritas", que yo vea, solamente estoy yo, así que supongo que se intenta reír de mis compañeros llamándolos "señoritas". Le hago mala cara pero no digo nada, la verdad, ya estoy muy acostumbrada.
El entrenamiento es fuerte, el entrenador me mira cuando explica porque soy la que más atiende, y la más responsable, pero normalmente no voy delante cuando corremos. En realidad, soy la segunda que más corre de todos, pero me pongo a la cola y voy detrás, sólo los adelanto si se quedan rezagados, porque sé que les molesta cuando voy por delante de ellos. Son hombres y tienen claro que ninguna mujer puede ser mejor que ellos en el deporte. Pobrecitos, a veces me dan lástima, suerte que las mujeres no hemos de defender nuestro orgullo así, porque esto es muy pesado.
Después de entrenar aún tengo muchas cosas por hacer, miro el reloj mientras nos despedimos y me vuelvo a ir corriendo, como siempre.