viernes, 15 de abril de 2016

UNA NOCHE DE FIESTA. Deportista femenina

Aunque acaba de empezar, parece que será un gran fin de semana. Sábado por la mañana, y mira que es difícil correr bien por la mañana, he hecho la mínima para el Europeo que la semana pasada me quedó a segundos y tengo todo el fin de semana por delante para celebrarlo. Mi entrenador me ha dicho: ‘si hay un fin de semana que puedas salir es este porque el Lunes ya no habrá celebración que valga’, y lo sé, porque no soy nueva en esto, pero aunque suspire y le conteste que estoy cansada, mi sonrisa delata que sí, que claro que necesito celebrar esto, que tanto esfuerzo, sudor y lágrimas me ha costado.
Llamo a Sara y se lo cuento, porque por wasapp no es tan emocionante, y le pregunto qué van a hacer esta noche. Me dice que van a cenar en casa de Andrea y después tienen pensado ir a Fiven (una discoteca que, además, pilla un poco lejos). Cuando le digo que me apunto casi tiene un infarto y da un grito. Me río de su sorpresa, y le confirmo que hoy sí que toca, que lo peor que tiene el atletismo es que si cada victoria la celebras acabas por no tener victorias.
Descanso toda la tarde y me decido a ponerme unas zapatillas más de vestir, aunque no son tacones y tienen buena suela para amortiguar el impacto, tampoco son deportivas. Compruebo, dando unos saltitos, si me vienen bien y las podré aguantar toda la noche. Como veis, soy un poco obsesiva con esto.
Cenamos en casa de Andrea muy cómodamente. Discutimos porque algunas quieren ir ya hacia la discoteca para evitar las colas en la entrada, otras preferimos recoger todo lo de la cena antes de ir para que mañana no le toque recoger a la anfitriona. Al final, entre la discusión y la victoria del recoger antes de irnos, se nos hace bastante tarde.
Cuando llegamos a la discoteca, en efecto, hay mucha cola, como si fuera un concierto. Tras unos minutos de aguantar en pie a que la cola avance, el que está delante mío se pone a fumar y mirarme, así que me tira el humo a la cara. Lo miro de mala manera, una de las cosas que menos me gustan es que me hagan eso. Cada vez que alguien me fuma cerca pienso cuanto desearía tener unos pulmones más potentes cuando voy por la séptima vuelta en la pista, y me cabrea muchísimo que alguien pueda enviar a tomar por saco lo que hago por su capricho de fumar.
Llega una limusina con unos jugadores de futbol de primera división, a diferencia de lo que saben ellos de mí: nada, yo sé por castigo como se llama cada uno de ellos, y gracias al telediario hasta las horas a las que van al baño. Los dejan pasar entre fotos y aplausos por delante de todos nosotros, y, como estoy un poco cabreada por el fumador de la cola, me da por rezongar en voz alta. Uno de ellos me oye, creo, y me mira con suficiencia. Pero mirando hacia donde está reconozco a un deportista de verdad, a alguien que he visto sudar y esforzarse hasta la extenuación en los juegos Olímpicos y a quien admiro, así que me olvido de los idiotas esos y voy a saludarlo. Parece sorprenderse de que lo reconozca, me hace gracia y lo comprendo. Bajo a la altura de su silla de ruedas para hacernos una foto y me vuelvo con mis amigas. Ojalá los deportistas que conozco fueran como él.